Las mujeres siempre somos las encargadas obligadas de cuidar a todas y a todos, más aún en situaciones de riesgo. Sin embargo, no nos pagan por ello exceptuando que nos desempeñemos, dentro del campo profesional, como maestras, asistentes, enfermeras, médicas o cuidadoras. Valeria Boneto es una de ellas: es pediatra y pertenece al cuerpo de profesionales esenciales que protege y cuida a gran parte de la población dentro de esta pandemia. También forma parte del Consejo Directivo de CICOP (gremio que nucela a profesionales de la Salud de la provincia de Buenos Aires) y está a cargo de la Secretaría de DDHH y Género. Asimismo, trabaja en el Hospital Paroissien de La Matanza como médica de guardia, donde también cumple el rol de delegada.
A Valeria le preocupa la pandemia pero más aún las condiciones de las y los trabajadores de la Salud, no sólo en el Conurbano Bonaerense sino en todo el país. “Estamos observando lo que sucede a nivel mundial, estudiando de qué se trata el virus; cuando se instaló la emergencia sanitaria empezamos a actualizarnos con cientos de trabajos y de protocolos, los cuales van cambiando todo el tiempo”.
Desde el minuto cero (y por fuera del ámbito profesional) las mujeres somos las más perjudicadas en cuanto a exposición física y a la ocupación del tiempo porque estamos más abocadas al cuidado de otro/as en comparación a los hombres. Esa labor no remunerada no es equitativa entre el género masculino y nosotras; tenemos una sobrecarga emocional muy importante y ello puede verse reflejado concretamente.
Si reparamos en el área de la Salud, dentro del sector de enfermería el 80% son mujeres y si se incluye a todo el personal (que comprende camilleros/as, limpieza y cuerpo médico) el género femenino representa casi el 60%. “La desigualdad de género se hace evidente en nuestra profesión“, dice Valeria. Y agrega que “en los equipos de Salud estamos más expuestas al virus porque, sencillamente, somos mayoría”.
Al ser parte de un servicio esencial y estar en la primera línea de asistencia, comenzaron a vulnerarse los derechos de las y los trabajadores de los Centros de Salud al punto tal que, por ejemplo, quienes no se habían tomado vacaciones no se las pudieron ni se las pueden tomar e incluso, aquellas/os que son factor de riesgo deben seguir trabajando. En este escenario, las mujeres siguen siendo las más vulneradas: las que debían tener licencia por maternidad o bien aquellas que eran personas de riesgo, siguen trabajando. Recién, a través de una resolución, se logró que sólo las embarazadas no ejerzan. Para las otras mujeres todavía falta.
“Estamos peleando por las licencias de aquellos/as que pertenecen a los grupos de riesgo, los/as mayores de 60 años y los/as que tienen enfermedades respiratorias, diabetes o cardiopatías y además para aumentar la presencia de jardines o lactarios destinados a las mamás que no tienen dónde ni con quien dejar a sus hijos o hijas”, resalta Valeria. Esto que sucede no es a causa de la pandemia, ocurre cotidianamente, sólo que en este contexto queda expuesto ante los ojos de todos y todas. Por un lado, las clases están suspendidas y, por otro, no se puede contar con la ayuda de abuelos o abuelas porque hoy son personas de riesgo, por ende, no hay donde dejar a los/as niños/as. También esta problemática se hace evidente cuando ambos tutores tienen trabajos esenciales o bien cuando las madres son el único sostén económico y afectivo de un hogar porque la otra parte, por los motivos que sean, no existe. Ahí, en ese momento, las mujeres estamos solas ante el cuidado. Literalmente.
Valeria habla de la doble jornada laboral como algo totalmente agotador para el género: “Tenemos horarios extenuantes. Después de trabajar en el hospital todo el día, llegamos a casa y tenemos que estar a cargo de los cuidados, de las tareas y la educación de hijos e hijas, peor aún cuando las compañeras son el único sostén. La responsabilidad, en comparación con la de los hombres, es desigual”.
Es fundamental que el cuerpo de cualquier establecimiento de salud sepa cómo debe cuidarse, no sólo para cuidar a los pacientes sino para no contraer la enfermedad y cuidar a las familias de quienes están infectados y las propias. Muchas colegas de Valeria presentan temor al contagio porque casi todas tienen hijos e hijas o personas a su cuidado (padres, madres, abuelos, abuelas). “Hay mucha preocupación de enfermarse y morir, además de contagiar a familiares. Incluso circula un diagnóstico institucional de un grupo de colegas de Salud Mental que hicieron encuestas donde informan que somos las que más nos preocupamos”, cuenta Valeria. A esto se le suma la angustia que les provoca la escasez de elementos y de equipos de protección personal que existe en casi todos los hospitales públicos y la poca información clara que a veces envía la Dirección de los Centros de Salud.
Desde CICOP, Valeria y sus compañeras, piden que se garanticen los espacios de cuidados en los lugares de trabajo, como jardines parentales (sólo un 33% de los hospitales tienen sitios para que las mujeres dejen a sus hijos/as mientras trabajan) y lactarios.
Quieren y necesitan ampliar derechos como la extensión de la licencia maternal, la inclusión de licencia para adaptación escolar, más días por cuidado de familiares (tienen uno solo) y mayor cantidad de protocolos con perspectiva de género, ya sea con respecto a la violencia laboral que sufren y a la aplicación de la Ley Micaela. “Además apoyamos una ley para que haya dispositivos y ayudar así a las mujeres que sufren violencia de género con una red municipal para asegurar el seguimiento y defenderlas de sus abusadores”, concluye.
Por el momento, seguimos siendo las mujeres las que nos ponemos al cuidado de quienes lo necesitan. Es hora de que, además de ser reconocido, sea equitativo y sobre todo recompensado, con dinero, con ampliación de derechos, con equidad y con la debida responsabilidad social.
Periodista: Laura Impellizzeri
Tw/Ig: @LauImpellizzeri
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