La semana pasada, se dejó entrever que una de las probabilidades de que el virus Covid-19 entrara a las villas estaba relacionado con la cantidad de mujeres que aún continúan trabajando como empleadas domésticas. ¿Por qué? Porque sus ‘patrones’ no les abonan el sueldo si no se presentan a cumplir las tareas, aunque el Gobierno Nacional avale lo contrario.
Si bien esa podría llegar a ser una de las causas, la primera mujer infectada en el Barrio Retiro confirmó que no había tenido contacto con el exterior. Sólo había salido dos veces a hacer las compras para su hogar y una sola vez había ingresado a un cajero automático que, por lo general, no suele desinfectarse. En definitiva, nunca se pudo rastrear certeramente de qué manera entró el virus a la Villa 31.
Hasta ayer, el reporte que brinda todos los días el Ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires informó que hay un total de 759 infectados que pertenecen a villas porteñas y 571 casos sólo en la 31; la segunda en la escala de las más afectadas es la 1-11-14, en el Bajo Flores. La cifra total de muertos en todas las villas de CABA es de 8 personas y, en contraposición, 103 pacientes ya han sido dados de alta.
La situación actual del Barrio 31 en Retiro es grave. Hasta hace dos semanas no tenían agua, situación que provocó no sólo el aumento de infectados por Covid-19 sino también por dengue. Asimismo, se comenzó a ver que la mayor cantidad de infectadas eran mujeres dado que ellas son las que ponen el cuerpo en situaciones de peligro como la que estamos viviendo.
Joana Ibarrola no sólo es vecina de la Villa 31 sino que también milita en la ‘Organización La Poderosa’ y es referente de ‘La Casa de las Mujeres y las Disidencias’ dentro del Barrio Retiro.
Cansada de ir y venir, de hacer compras para ella, para sus padres, para sus vecinos y vecinas, se hace un tiempo para charlar: “Si bien, según estadísticas, el virus afecta más a hombres que a mujeres, en las villas es a la inversa: nos afecta más a nosotras. En las familias que estuvimos acompañando, las infectadas eran mujeres. En definitiva, somos las que estamos al frente porque es la única forma de que nos salvemos todos y todas. Necesitamos que funcionen los merenderos y los comedores porque los que no tienen para comer se quedarían sin un plato de comida en el día. Somos las mujeres las que ponemos el cuerpo literalmente”.
Según el Ministerio de Salud porteño, comandado por Fernán Quirós, el 60% de infectadas en el Barrio 31 de Retiro son mujeres. Y esto, claro, tienen una explicación: como he escrito en artículos anteriores, se ha instalado social y culturalmente que el cuidado de personas (por fuera de los trabajos asalariados) es responsabilidad del género femenino. Es por eso que las vecinas de la Villa 31, al igual que todas las villas de CABA, están más expuestas a contraer el virus que los hombres. Joana, al respecto, afirma que “en esta pandemia se nos sumaron un montón de tareas no remuneradas a las que ya hacemos. Las veníamos haciendo hace años pero ahora son explícitas. Hay compañeras, por ejemplo, que hacen acompañamiento a otras mujeres por violencia de género y es complejo, no es solamente un cuidado alimentario o sanitario”.
Quienes están al frente de los comedores, los merenderos y las ollas populares de la villa son las mujeres, sin embargo, como cuenta Joana, no son las únicas tareas que deben desempeñar. Desde ‘La Casa de la Mujer’, los comedores y merenderos concientizan a las vecinas y vecinos sobre la problemática del Covid-19 para que no salgan de su casas, brindándoles toda la información que tienen, al mismo tiempo que ayudan a adultos y adultas mayores con viandas: le llevan a sus casas comida y productos de limpieza porque las cajas que reciben tienen sólo alimentos no perecederos, no le llegan los elementos de higiene (tan necesarios e importantes en este contexto).
Otra de las tareas que tienen las mujeres de la villa es tratar, con las pocas o muchas herramientas que poseen, de generar una contención para sus vecinos y vecinas. “No hay acompañamiento psicológico, ni para mujeres ni para familias en general. Siempre la salud psíquica de las personas empobrecidas estuvo relegada y ahora se nota más que antes”, resalta Joana. “Esta crisis también afecta mucho a la gente pobre, además de que sufrimos un montón de violencias como es no tener trabajo, no tener comida, no tener un ingreso económico mensual o quincenal o que no te reconozcan los laburos de merenderos y comedores frente a esta pandemia”.
Desde ya que las violencias y los abandonos que sufren las personas en situaciones vulnerables aumentan en simultáneo, al igual que sucede con la violencia de género. Sin embargo, quienes siguen haciéndose cargo de contener todo eso de la manera que pueden, son las mujeres. Ellas mismas fueron las que visibilizaron la falta de agua y, debido a eso, se logró que se prestara atención a otras falencias a las que está expuesta, no sólo la 31 sino las otras villas porteñas. “Si quienes vivimos acá no hubiéramos gritado, los medios no nos habrían escuchado. Primero nos visibilizamos por la falta de agua y, desde ahí, pudimos pedirle al Estado intervenciones como las postas de salud que son necesarias”, cuenta Joana.
Es claro que la situación es difícil para todo el país, pero también es cierto que quienes siempre se llevan la peor parte son las personas que menos tienen. A través de esta problemática que se mediatizó por estos días, se comenzaron a realizar pedidos de operativos de salud en todas las villas de la Ciudad con más rigurosidad y regularidad. A su vez, se exigió que se brinde a las comunidades de los Barrios de Emergencia la mayor información posible con respecto al confinamiento y a la pandemia. También se pidieron instructivos para los cuidados y las prevenciones que vecinos y vecinas deben tener en cuenta, según las indicaciones que emite la Organización Mundial de la Salud.
De una semana a otra, ha cambiado la situación en las villas porteñas gracias a la labor y la visibilización que emprendieron las vecinas de los barrios más humildes. Las mismas que se ponen al hombro la responsabilidad de que no falten platos de comida en las mesas ni la contención a quienes más lo necesitan.
Es evidente que la imposición de las tareas no remuneradas y las luchas feministas no distingue color, etnia ni clase social.
Periodista: Laura Impellizzeri
Tw/Ig: @LauImpellizzeri
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